lunes, 11 de enero de 2010

Gárgola


















Al levantarse, Laura, fue automáticamente al baño.
Se lavó la cara, se miró al espejo. Estudió detenidamente las pequeñísimas arrugas que empezaban a marcarse al costado de sus ojos.
Se lavó los dientes, perfectos.
Peinó su cabello, aún sin canas, a pesar de que las amigas de su edad se teñían el pelo hace tiempo.
De pronto se miró las uñas: hacía falta retocar el esmalte.
La conversación de la noche anterior no le había permitido dormir del todo bien. Alejandro, su marido, había estado en la fiesta mirando todo el tiempo los escotes de las otras.
Nuevamente prestó atención a sus manos, tendría que limar un poco sus uñas.
Mientras ella conversaba con la señora de Fernández, Alejandro le hacía chistes a su secretaria.
Laura se rascó detrás de la oreja, y seguía mirándose al espejo. Se dio cuenta entonces que se había lastimado al rascarse. Algo no andaba bien. El día anterior había ido a la manicura.
Seguía pensando en la fiesta y la conversación que surgió cuando volvieron a casa.
Apretó sus manos y se lastimó las palmas. ¿Qué pasaba con sus uñas? Habían crecido como garfios de una gárgola que fueran a arrancar los ojos de alguien.

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