sábado, 19 de diciembre de 2009
El sacacorchos
Cuéntame tu vida.
No quiero.
Entonces él tomó un sacacorchos y lo introdujo en la cabeza del infeliz. Parecía el viejo personaje publicitario de Geniol, con el sacacorchos clavado a modo de antena en la cima del cráneo. A través de él se fueron deslizando escenas de la vida del infeliz hombre. ¿Algunas escenas de infelicidad de aquel hombre? No era la caja de Pandora. No salieron los males del mundo.
Era una proyección tenue, de una luz enfocada sobre la pared rosa de la habitación.
Las primeras, las más superficiales, eran las infelices y se superponían a otras que no llegaban a emerger. Así proyectadas eran diferentes, ver la “vida en rosa” las amortiguaba.
El hombre del sacacorchos le espetó: Tienes a alguien sentado en tus intestinos, que no deja disolver esas escenas, y las envía a tu cabeza. Si no puedes deshacerte de él, seguirán circulando. Serás siempre un rumiante.
El infeliz lo miró con esos ojos vacíos de vaca que mira pasar el tren.
El otro quitó el sacacorchos de la cabeza y apuntó a los intestinos.
Mientras emitía un sonido de animal que llevan al matadero, el infeliz embistió al hombre del sacacorchos y huyó.
No podía abandonar su condición de rumiante.
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